lunes, 26 de noviembre de 2012

Cuento Zen II

 
“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después…- y haciendo una pausa agregó: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien- asintió el maestro.

Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.

-¡¿58 monedas?!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente…

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

martes, 13 de noviembre de 2012

Cuento Zen




Un monje Zen atravesaba un bosque. De repente se dio cuenta de que le seguía un tigre, así que empezó a correr. Pero su carrera era de tipo zen; no tenía prisa. No es que estuviese loco. Su correr era suave, armonioso. Disfrutaba de ello. Se dice que el monje pensaba: "Si el tigre disfruta ¿por qué no puedo hacerlo yo?".
Y el tigre le seguía. Luego llegó cerca de un precipicio. Para escapar del tigre se colgó de la rama de un árbol. Y a continuación miró hacia abajo. En el valle había un león, esperándole. Llegó el tigre y se detuvo cerca del árbol, en lo alto de la montaña. Y el monje colgaba de una rama justo en medio de un león esperándole mas abajo.
Se rio. Luego miró con más atención. Dos ratones se dedicaban a cortar la rama de la que colgaba. Entonces estalló en carcajadas. Y se dijo: "Así es la vida. Día y noche, como un ratón blanco y otro negro. Y vayas donde vayas, la muerte te espera. ¡Así es la vida!" Se dice que alcanzó un satori, el primer vislumbre de la iluminación. ¡Así es la vida! No hay nada de lo que preocuparse; así es como funcionan las cosas. Vayas donde vayas la muerte te aguarda. Y aunque no vayas a ningún sitio, el día y la noche te recortan la vida. Así que rió a carcajadas.
Miró a su alrededor. No había de que preocuparse. ¿De qué te vas a preocupar cuando la muerte es algo seguro? Sólo en la incertidumbre pueden medrar las preocupaciones. Cuando todo es indiscutible no existe la preocupación; ahora se ha convertido en un destino. Así que se dedicó a ver cómo podía disfrutar de esos escasos momentos. Se dió cuenta de que junto a la rama crecían algunas fresas, así que recogió algunas y se las comió. Ah, eran lo mejor de la vida. Se dice que se iluminó en ese preciso instante.

Se convirtió en un buda porque tuvo la muerte muy cerca y no tuvo prisa. Disfrutó de las fresas. ¡Qué dulces! ¡Su gusto era dulce! Dio gracias a la existencia. Se dice que es ese momento todo desapareció: el tigre, el león, la rama, y también él mismo. Se había convertido en parte del cosmos.
 
Eso es paciencia, ¡paciencia absoluta! Estés donde estés en este momento, disfruta de él sin preguntarte por el futuro. Sin futuro en la mente, sólo el momento presente, la presencia del momento, y estarás satisfecho. No habrá necesidad de ir a ningún sitio. Estés donde estés, desde ese punto caerás en el océano; te harás uno con el cosmos.
 
El sendero del yoga OSHO




jueves, 8 de noviembre de 2012

¿Cómo percibimos el mundo?

 


Nosotros percibimos el mundo a través de nuestros sentidos (vista, tacto, olfato, oído y gusto). Desde antes incluso que lleguemos a este mundo estamos ya percibiendo lo que nos rodea, llenándonos de información a través de nuestros sentidos en el vientre materno. Una vez nacidos, seguimos construyendo poco a poco con las experiencias que vamos teniendo una gran biblioteca llena de datos (visuales, auditivos, etc.) que nos servirá para interpretar el mundo que nos rodea en el futuro y no sólo físicamente sino también emocionalmente. Las relaciones que hayamos tenido nos habrán enseñado por ej, qué se considera amor, desamor, qué cosas temer o cómo expresarnos.

               De tal forma, que nuestro cerebro comienza en cierta forma a trabajar de manera automática; ¿Cómo? A través del reconocimiento, es decir, ante un estímulo ya no se para a analizar todo él y experienciarlo sino que detecta ciertas características y a velocidad casi de la luz reconoce…por ej, es una manzana. Esto funciona así tanto en la detección de estímulos físicos tales como objetos del exterior, palabras en un texto (ver foto de texto más abajo),  sabores, o incluso una mirada.

Sin embargo, a veces nuestros sentidos nos engañan y nos muestran una realidad que no es cierta pero que parece cierta. Os recomiendo este documental –Cuerpo humano al límite-La vista) para haceros una idea de los engaños de nuestro principal sentido, la vista (http://www.youtube.com/watch?v=MprBlRPnBw0&feature=related). Además, nuestra atención al ser limitada y selectiva no se da cuenta de muchas cosas que ocurren pero que para nosotros no ocurren ya que estamos centrados en algo concreto. Es decir, solemos percibir aquello a lo que prestamos atención y nos perdemos literalmente lo demás como si no existiera. Cuando este hecho ocurre en las relaciones, por ejemplo, seguramente habéis experienciado una frase parecida a…cómo es que te gusta eso, si a ti nunca te ha gustado eso o …tú no eres así. Son frases que indican que la persona tiene ya una imagen de nosotros en su biblioteca formada por sus experiencias con nosotros pero esa imagen no somos nosotros, simplemente es una imagen en su cerebro.

Esta forma de funcionar nos es muy útil ya que nos ahorra tiempo a la hora de percibir el mundo y por tanto, a sobrevivir. Sin embargo, a veces nos limita al no poder ver nuestro mundo con otros ojos. Ante las dificultades o problemas que nos puedan surgir tanto con nosotros mismos como con el mundo que nos rodea siempre es necesario usar ojos distintos. Una forma de conseguir ese par de ojos extra es el estar en el aquí y ahora, es decir, vivir en el presente. Muchas veces no nos damos cuenta de que estamos viviendo en el pasado o en el futuro y nos perdemos el presente. Otra forma es tomar consciencia de cómo nuestro cerebro funciona y aprender que nuestras percepciones no son la realidad si no simplemente nuestra realidad; y cada persona tiene la suya. Podríamos incluso decir que cada persona vive en su mundo. Así que os animo a usar algo con lo que aprendimos muchas cosas de pequeños…usar la ?..... Preguntar, preguntar y preguntar…poneros la bombilla de la duda, puede que lo que pienso no sea así o incluso lo que pasó no fuera así…o incluso lo que veo no ser así.

Otro aspecto importante de la percepción, es que solemos acompañarla de un juicio. Normalmente, vemos, oímos, sentimos etc. algo y lo etiquetamos con un juicio. El cual generalmente tiene que ver con nuestra experiencia pasada, creencias o historias que nos han contado. Es  fundamental el poder tomar consciencia de que lo que percibimos no tiene porque ser ni bueno ni malo simplemente es así. El separar, por ej, lo que vemos de lo que pensamos sobre lo que vemos es importante teniendo en cuenta las pasadas que nos juega nuestra percepción que está anclada al pasado. (ver foto círculos)

El conocer que nuestro cerebro no percibe lo que hay sino lo que cree que hay en función de la biblioteca que tiene ya almacenada, nos puede ayudar a no identificar nuestra vida presente con el pasado, a tener ganas de aprender más sobre el presente y meter información actualizada en esa biblioteca para tener muchas más opciones; en resumen, tener más libertad.
 
 
¿ves los centros del mismo tamaño? Sin dudas tu respuesta es No,
pero sabías que en realidad tienen el mismo tamaño.